Ranas

Llevo una temporada un poco falto de inspiración, por lo que comparto este texto que escribí en 2008 y revisé en 2013, espero que os guste…

 

–      ¡Papá…!,¿podemos ir otra vez?
–      Sí,hijo, dame la manita y vamos para allá.

Aquella primavera estaba siendo más lluviosa de lo normal, por lo que las charcas, ríos, lagos y demás acuíferos se encontraban repletos de agua. La temperatura era la ideal para la vida: templada, agradable. Debido a ello se produjo un estallido de vida, con multitud de formas y colores. La naturaleza, exuberante, repartía con generosidad flores y plantas que propiciaban que los insectos se extendieran por doquier. Gracias al agua y al clima templado las ranas comenzaron su cortejo muy pronto aquel año. Las noches se llenaban con el croar de los machos enamorados que deseaban perpetuar la especie…

Ese constante concierto de voces anfibias y desafinadas le impedía dormir a la mayoría de los habitantes de un pequeño pueblo de las afueras de Madrid. Las gentes del lugar se defendían del ruido como podían, cerrando ventanas, tapándose con la almohada o poniéndose los auriculares a todo volumen. Pero el ruido era tan intenso que cualquier intento por apagarlo se volvía inútil; sólo quedaba la opción de resignarse.

Aquel año a Paco el croar de las ranas le sonaba a música celestial, ya que le había preparado una gran sorpresa a Pedro, su hijo. Se prepararon como cuando iban a pasear al campo, pero en lugar de las botas de montaña se pusieron las de agua, metieron en la mochila un chubasquero por si había tormenta, refrescos, un bocadillo y algo de picar. Cogieron sus bastones de caminar y se dirigieron a su charca favorita, que se encontraba a un kilómetro de su casa.  En la pequeña charca, rebosante de agua, los juncos protegían las orillas con sus afiladas lanzas y diversas plantas acuáticas cubrían la superficie del agua con su manto verde. Cuando se aproximaron a ella, varias ranas saltaron al agua y se sumergieron, haciéndose invisibles a los ojos de los dos exploradores.


  •       ¡Papá!, ¿qué es eso?- gritó Pedro con curiosidad infantil. Había visto incontables hileras de bolitas negras unidas entre sí por una suerte de gelatina. Esas hileras se encontraban por todo el agua y se entrelazaban entre sí sin dar pistas de dónde comenzaban las unas y terminaban las otras.

  •       Mira, estos son los huevos de las ranas, las hembras los depositan en la charca. La gelatina sirve de protección a los huevos, y cuando sale la larva también le sirve de comida.

  •       ¿Y qué es una larva?

  •       La larva es la rana recién nacida, pero no se parece mucho a la rana, casi parece más un pez. A las larvas de las ranas se las llama renacuajos.

  •       Ja,ja, ja, así nos llama mamá… – y con cierta preocupación - ¿nos llama ranas?

  •       No,os llama renacuajos, como diciendo “pequeños"… Lo que te explicaba: los renacuajos nacen con cola y branquias, como los peces, pero poco a poco las van perdiendo, a la vez que desarrollan las patas y los pulmones y acaban perdiendo la cola. A ese proceso sele llama…- adoptando un tono grave- ¡Metamorfosis!

  •       ¿¡Metaqué!?

  •       Metamorfosis, otro día volvemos para ver si han nacido los renacuajos, ¿quieres?
    Pedrito comenzó a saltar y gritar, entusiasmado con la idea de ver cómo un animal se transformaba en otro casi totalmente diferente.

  •       ¡Sí,si, sí, metraformosis, metasformosis, yupiiii!

  •       Metamorfosis, hijo, metamorfosis- corrigió Paco sonriendo.

  •       Eso es lo que dije, metramosfosis, jijiji.



Se comieron el bocadillo, que les supo mejor con la excitación y el buen clima, y se dirigieron a casa. Al llegar, Pedrito le contó a su madre con todo detalle el proceso de la dichosa palabreja…

Días después Pedrito llamó la atención de su padre para ir a ver a las ranas:
–      ¡Papá…!, ¿podemos ir otra vez?
–      Sí, hijo, dame la manita y vamos para allá.

Acudieron a su charca cada pocos días. En cada salida disfrutaban y admiraban más profundamente el mágico proceso. Ese año dejaron de ir cuando comprobaron que todos los renacuajos se habían transformado en ranas, pero quedaron en volver las siguientes primaveras.

Pasaron las estaciones, y con la nueva primavera aquello se volvió a repetir. Y así un año tras otro tras otro.  A pesar de las dificultades y del paso del tiempo, siempre encontraban un momento para repetir el ritual, una excusa perfecta para poder disfrutar un tiempo los dos juntos.

Cuando Paco envejeció, fue Pedro el que comenzó a llevarle de la mano para ir a la charca, ya que sus viejas piernas no le respondían, y, aunque Paco tenía sus facultades mermadas, disfrutaba como un niño. No dejaron de ir fielmente todos los años…, hasta que un día de frío invierno, la voz de Paco se apagó para siempre…

Pedro estaba ensimismado en sus recuerdos cuando le pareció escuchar su popia voz:
–      ¡Papá…!, ¿podemos ir otra vez?
–      Sí,hijo, dame la manita y vamos para allá.

La voz de su hijo le despertó desus pensamientos. Se vistieron de campo y se dirigieron a conocer el fantástico mundo de las ranas, perpetuando así el ritual familiar.

 

Eduardo Martínez Sotillos,
Octubre 08, revisado y reescrito el 25/06/2013

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