Llevo una temporada un poco falto de inspiración, por lo que comparto este texto que escribí en 2008 y revisé en 2013, espero que os guste… – ¡Papá…!,¿podemos ir otra vez? – Sí,hijo, dame la manita y vamos para allá. Aquella primavera estaba siendo más lluviosa de lo normal, por lo que las charcas, ríos, lagos y demás acuíferos se encontraban repletos de agua. La temperatura era la ideal para la vida: templada, agradable. Debido a ello se produjo un estallido de vida, con multitud de formas y colores. La naturaleza, exuberante, repartía con generosidad flores y plantas que propiciaban que los insectos se extendieran por doquier. Gracias al agua y al clima templado las ranas comenzaron su cortejo muy pronto aquel año. Las noches se llenaban con el croar de los machos enamorados que deseaban perpetuar la especie… Ese constante concierto de voces anfibias y desafinadas le impedía dormir a la mayoría de los habitantes de un pequeño pueblo de las afueras de Madrid. Las gentes de