El hombre gris (cuento con voz)


    Érase una vez, en un lejano país, un pequeño niño que no quería ser mayor.
    Pero el tiempo pasa inmisericorde, y aquel niño que no quería crecer creció y creció y se hizo mayor.
    Y al hacerse adulto se le olvidó su sueño de ser siempre un niño, se volvió una persona gris y sin gusto por las cosas buenas de la vida. Pasaba sus días sin pena ni gloria…, no sonreía, no lloraba, no reía, no sentía, había perdido la curiosidad por el mundo. Y su mirada inocente se había apagado.
    Parecía una máquina que vivía por inercia, una persona gris en un mundo gris. Él se creía feliz en su rutinaria monotonía, en su mundo ordenado de cada día, en el que todo era previsible y no ocurría nada digno de mención que hiciera un día distinto al otro. Le faltaba algo, aunque no era consciente de ello.
    Pero un día, paseando por el parque, vio a unos niños jugar y se quedó hipnotizado ante las risas y los juegos infantiles, tenían algo que le cautibaba poderosamente... Y cuanto más los miraba más sentía en el estómago una sensación de dolor y vacío, como si le hubieran arrancado algo esencial de su ser, un pedazo de vida…
    ¿Qué podía ser aquello que le faltaba? Y en su mente barajaba su vida actual: tenía un trabajo bien remunerado que le permitía vivir cómodamente con su bella esposa en un amplio chalé de las afueras, tenía familia, amigos, tenía un gran coche, tenía el último modelo de ordenador…, tenía, tenía, tenía..
    Tenía todo lo que el ser humano cree necesitar para sentirse feliz, pero esa punzada en el estómago le decía que algo fundamental le faltaba. La angustia se apoderó de él y le entraron unos deseos irrefrenables de llorar... La falta de entrenamiento en el arte de llorar hizo que las primeras lágrimas no acertaran a salir con facilidad, pues luchaban contra un lagrimal seco a fuerza del desuso. Pero en cuanto la primera lágrima consiguió abrirse paso, las siguientes brotaron como un torrente.
    Y ese manantial de agua purificadora le limpiaba el corazón y la mente, y le hacían sentirse mejor. Las lágrimas le hicieron recordar...
    Se veía jugando en el parque con la pelota, riendo, saltando y corriendo con los demás niños, llorando cuando se cayó con la bici y casi se rompió el brazo. Recordó la curiosidad que le producía cualquier cosa que se moviera o que dejaba de moverse, recordó lo feliz que era cuando se manchaba de barro jugando a hacer presas…
    Y recordó la inocencia y el espíritu curioso, alegre y juguetón con el que se enfrentaba al día a día en esa época libre de preocupaciones…
    Y su llanto se tornó alegría desmedida..., recuperó de golpe aquello que había perdido sin saberlo, se sentía pleno, rebosante de alegría. Esa risa era pura, llena de inocente alegría, confiada y contagiosa, como la de un niño.
    Sin darse cuenta había recuperado su espíritu infantil. Y aquel espíritu infantil no le abandonó nunca…


Eduardo Martínez Sotillos
24/07/06



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